Las dimensiones humanas de la morada
Los arquitectos hemos aprendido a infligirle a la con formación de la morada una sucesión de equívocas y absurdas operaciones de reducción. Sometemos a la vida humana habitante al corsé de unas formas concebidas según meros constructos geométricos.
Hemos reducido la producción social de la arquitectura a un arte de proyectar y construir mercancías
de expeditiva circulación en el mercado inmobiliario.
Desentendidos de un cabal compromiso social y
humano, hemos reducido los anhelados lugares para
habitar a puras máquinas de alojamiento.
Mientras que las personas al habitar los lugares
despliegan múltiples dimensiones vividas y proyectadas por el cuerpo, los arquitectos nos contentamos
con reducir este lugar a un puro espacio. Esto
supone una abstracción reductiva: supone soslayar
la multiplicidad dimensional de lo experimentado en
carne viva en beneficio de un simplificado expediente geométrico apenas tridimensional. Pero la vida no
se reduce a una simple tridimensionalidad. Porque
de lo que se trata es de revelar la complejidad existencial de todas las dimensiones del lugar habitado.