Los laberintos mudos
adie podrá llamarse a sorpresa al ver que Anhelo Hernández (Montevideo, 1922-2010), reconocido por sus dotes de pintor y grabador, singular escultor y dibujante, desarrolló también una carrera como escritor y teórico del arte. Fueron numerosos los escritos que concibió para comentar y analizar las obras de colegas y artistas —notables las líneas emotivas que escribió sobre las dos Evas, Eva Díaz y de Eva Olivetti, y sobre Francisco Matto— caracterizados por un estilo agudo y una destreza en el manejo de la palabra que nos lo presentan como el perspicaz observador que era. Su escritura analítica es, además, un fiel reflejo de su plática: un tono coloquial que remata con humor e ironía pero que jamás rebaja la hondura del pensamiento ni la elegancia de la expresión.
Al momento de su muerte dejó sin publicar un conjunto de ensayos reunidos bajo el título de Las miradas en donde expone sus preocupaciones sobre la creación y la recepción de fenómeno artístico. Quienes lo conocieron personalmente, al leer este ensayo reconocerán sus conocimientos en materia de historia del arte o de las historias del arte. Fueron saberes abonados por la práctica diaria de la pintura, es decir, alejados de los pulcros escritorios de la academia y del énfasis laudatorio de la crítica «especializada».