Caudillo de multitudes
Luis Alberto de Herrera
Setenta años de servidor de la Patria y del Partido Nacional y cuarenta de legendario caudillo, Herrera constituye un ejemplo enaltecedor de la política. Luego de infinitas batallas con fusil y pluma, desde ser pionero en la legislación social a impedir bases imperialistas, falleció victorioso en las urnas y con sus bolsillos flacos. Fue un ejemplo de civismo republicano, aunado a un pragmatismo visionario, que lo hizo arriesgar prestigio en aras del interés nacional. Desde su buena fe en la Tierra Charrúa, evolucionó hasta desentrañar los manejos foráneos en nuestros asuntos, siendo paladín de soberanía, patria y americanismo. Desde el tren relámpago que recorrió el país entero en los años veinte, a la caravana de la victoria en 1958, retumba el fervor popular con interminables ¡Herrera! ¡Herrera! ¡Herrera! Devoción que nacía de su vida austera en el templo de La Quinta, recibiendo al más humilde y marcando conductas a sus ministros y parlamentarios. Genuino representante de la constancia y altivez de su partido, al que enriqueció con fecunda obra y honradez acrisolada.