Jardín metamórfico
Cada poema individualmente es un mundo, y en conjunto un eterno retorno, con el único fin de aceptar para aprender, aprender para transformar, y transformar para conocer hasta dejar de ser algo para ser un todo.
Las plantas y los seres humanos compartimos algo en común: la finitud de la existencia. Y la aceptación de esa finitud es síntoma de madurez. Las personas conscientes cambian constantemente, y no querer aceptar el cambio para no tener que soportar el dolor, es como hacerse trampa jugando al solitario. Como todo retorno, termina donde inició, desde un grano de café que se vuelve polvo, hasta la desdicha de una planta que se vuelve compost, adquiriendo una retroalimentación.
Nuestro rastro por el mundo, por las personas, por los jardines, dejan consecuencias y no son en vano, son esas consecuencias las que influyen en un todo, en la historia. Por eso, es importante no vivirlo todo de forma deliberada y fugaz, sino contemplando cada mínimo detalle, esos momentos de existencia y pertenencia, donde todo lo tenemos delante, como si acabáramos de nacer, con los ojos bien abiertos, regando la tierra con nuestras huellas, en una búsqueda constante de la ecuanimidad.