Reseña

Recuerdo que cuando leí El fútbol a sol y sombra entendí por
qué no me gusta el fútbol, aunque cuando era niño jugaba
en el campito que había frente a mi casa, junto a la escuela.
Dicho de otra forma, la efectividad y la perfección casi robótica
de Cristiano Ronaldo (CR7 es nombre de robot), me
aburre mortalmente. Pero claro, ahí está Luis Suárez, igualmente
efectivo, aunque imperfecto, pícaro, apasionado,
infantil, el mismo Lucho que en estos días me hizo llorar.
Entonces comprendo que el fútbol es la infancia, y que
cuando eso se olvida, se transforma en un show sofisticado,
en un circo industrial y somnoliento.
No me gusta el fútbol, pero sí me gusta la literatura que me
lleva al barrio, al campito de enfrente, a la pisadita, a los goles
que hicimos y los que no, a los que atajamos, a las peleas, las
risas, el disfrute sin horario, la alegría infinita. En este sentido,
los cuentos de Gastón tienen la magia de ese disfrute. A
muchos de ellos los vi nacer, desarrollarse, crecer en efectividad
literaria sin perder de vista, nunca, la pasión inicial.
No me gusta el fútbol, pero los cuentos de Gastón me llevan al
fútbol que me gusta y sus entretelones, sean felices o dramáticos.
Son cuentos que me emocionan y me devuelven la alegría,
como cuando jugaba porque sí en el campito de enfrente.
Si el fútbol es la infancia, estos cuentos son la recreación
perfecta de los sentimientos que tienen, como centro de la
emoción, a la cancha, la pelota, y el barrio. Son cuentos que
recuperan, también para la literatura, la «alegría de jugar
porque sí».