Arturo Ardao el filósofo historiador de las ideas: Pensamiento y Obra
Siempre que aparece un libro sobre el pensamiento de algún filósofo latinoamericano hay que agradecer de todo corazón a los que se esfuerzan por mantener aún vigente este tipo de producciones. Pensar nuestra región, empezando por el propio país para luego extrapolar las ideas hacia un concepto continental denominado “Latinoamérica” es una actividad a la que se dedicó el propio Arturo Ardao, filósofo que constituye el tema principal de este libro.
La búsqueda del “ser latinoamericano” fue un problema que preocupó a Ardao y es un tema que hasta la fecha provoca reflexiones y pensamientos de variada índole. No obstante, el aporte de Ardao se basó en considerar que el término “Latinoamérica” tuvo motivaciones políticas integracionistas desde sus orígenes. Es más, su contenido genético semántico estuvo cargado de una clara oposición a la imposición de intereses coloniales extranjeros. Normalmente, cualquiera pensaría que dicho término es descriptivo, sin embargo, Ardao nos mostró que el origen de tal vocablo está ligado a una definición persuasiva que, a pesar de la enorme variedad de pueblos que viven en esta parte del mundo, buscaba unificar y reunir bajo una sola voluntad la lucha contra ciertos intereses imperialistas.
Según Ardao, es importante considerar el contexto cuando se trata de entender cómo las filosofías logran instalarse en distintos lugares a pesar de no ser originarias de esos entornos. Ardao fue consciente de esto, por eso, para este pensador la posibilidad de que exista una filosofía latinoamericana propia se manifiesta en el hecho de que podemos estar a favor o en contra, mediante razones y propuestas, de tales o cuales ideas filosóficas. Precisamente, esa fue la tónica de aquella obra de nuestro pensador en la que analizó el modo en que se manifestaron las corrientes del Espiritualismo y del Positivismo en América Latina. Resulta interesante constatar que, en realidad, dicha oposición proviene de un debate muy propio de las academias y universidades europeas que, en pleno siglo XIX, discutían en torno a la naturaleza del conocimiento y el papel de la religión y la ciencia en la sociedad.
Para los positivistas, el conocimiento debía ser susceptible de ser medido, comparado y analizado, además, la ciencia debería ser la guía de todos los proyectos sociales y políticos; en cambio, para los espiritualistas, el conocimiento poseía un aspecto metafísico que, al igual que la moral, solo era visible para quien entiende la importancia de los valores en la vida, asimismo, la religión, en medio de tanto apurado avance tecnocientífico, era la más indicada para otorgarle propósito y sentido a la humanidad. Resulta interesante corroborar de cuántos distintos modos esta discusión fue planteada y replanteada en México, Argentina, Perú, Venezuela, Uruguay, Chile, Bolivia, Cuba, Colombia, etc.
El historicismo, ligado a Ortega y Gasset y asimilado por Ardao, como paradigma investigativo resulta siendo revelador cuando se trata de entender lo que está detrás de tal o cual realidad. Un hombre uruguayo no equivale a un hombre australiano, aunque ambos sean ejemplares del homo sapiens. Detrás de cada uno, hay una sucesión de acontecimientos que explica la razón por la cual ellos son los actuales responsables de continuar con la narración histórica que empezó con sus ancestros, quizá bajando de un barco que vino a parar a estos lares desde lejanas tierras europeas (o africanas o asiáticas) en el siglo XVI.
Ardao, a diferencia de otros pensadores e historiadores como Salazar Bondy, no solo consideró importante tratar del desarrollo intelectual de las ideas filosóficas en América Latina. Para este filósofo uruguayo, no solo la filosofía debería ser digerida y reinterpretada por los pensadores locales, sino que también la ciencia y la tecnología se deben adaptar a nuestro entorno. Esto debe ser facilitado en gran medida por la inmensa labor de los investigadores y científicos que tenemos en este continente. Así pues, también la ciencia, que es importada de Europa, debe ser adaptada activamente a nuestras necesidades.
Para él, no solo se trató de desarrollar ideas filosóficas y científicas como si se trataran de castillos en el aire. Lo importante es adecuar esas ideas de tal modo que sirva a nuestros intereses. Esto significa que la ciencia y la filosofía deberían priorizar el análisis y el tratamiento de nuestra problemática más apremiante en relación a dificultades sociales, sanitarias, políticas, educativas, alimentarias, etc.
Finalmente, Ardao también estudió la lógica en la línea de su compatriota Vaz Ferreira. Aunque por las razones equivocadas despotrica de la lógica formal, tiene sentido que apoye esa lógica de lo concreto que tanto enarbola Vaz Ferreira y que denomina “lógica viva”. En realidad, resulta muy útil la argumentación en tanto y en cuanto nos permite detectar y eliminar falacias y que, además, nos prepara para poder convencer y persuadir, con ayuda de la retórica y la oratoria, a cualquiera que mantenga ideas nefastas o incorrectas. Precisamente, esta lógica no formal fue la que impactó de sobremanera a Ardao.
Sin embargo, no hay que olvidar que al igual que no existe la cara sin el sello, tampoco es posible comprender el valor de la lógica no formal sin tomar en cuenta a la lógica formal. Es cierto que los contenidos de la lógica formal pueden parecer algo abstractos y matematizantes. Pero del mismo modo que ocurre con cualquier materia que uno considera de difícil aprendizaje, lo esencial es conocer la metodología más adecuada para su enseñanza. Esto significa que, cualquiera sin entrenamiento no puede enseñar lógica formal de un modo exitoso y motivador para los alumnos. Hace falta estudiar y mucho.
En este ámbito, México está a la cabeza pues con su Academia Mexicana de Lógica, que cada año celebra una Olimpiada Internacional de Lógica, está colaborando con su granito de arena en lo que a didáctica de la lógica concierne. Lo mismo ocurre en Perú, en donde recientemente el Instituto Peruano de Investigación de Lógica y Filosofía (IPILOF) está promoviendo las celebraciones anuales por el día mundial de la lógica a la par que ofrece talleres sobre el mismo tópico.
Sobre este punto hay que decir que Ardao fue víctima de los típicos ataques a los que se ve sometida la lógica formal como cuando se afirma que recorta la libertad de pensamiento, que no es práctica, que no anima la creatividad, que no posee aplicaciones concretas o que congela el aspecto sentimental del hombre. No obstante, el tema central de Ardao no fue la lógica sino la filosofía, la historia de las ideas filosófico-científicas en Latinoamérica y el modo en que reaccionó la intelectualidad frente a las reflexiones nacidas fuera de la tierra propia. Y en ese ámbito nadie puede arrebatarle el cetro.
Por todo lo anterior, resulta interesante leer este libro sobre el pensamiento y la obra de Arturo Ardao, pues siempre es celebrable que se le rinda homenaje a aquellos hombres que han tenido la enorme tarea de sopesar los aportes filosóficos tanto foráneos como nativos. Espero que este viaje le procure buenos y valiosos aprendizajes en lo que a su nivel cultural concierne.
Rafael Félix Mora Ramirez