José Enrique Rodó.
Ciudadano de Roma.
En 1917 la muerte sorprendió a José Enrique Rodó.Se encontraba en Italia para cumplir su destino: ver, con sus propios ojos, la cuna de la latinidad—fusión entre el antiguo imperio civilizador y la cristiandad— y exclamar ante ella una profesión de fe. civis romanus sum, soy ciudadano romano, es decir, heredero de lo mejor de esa tradición. Para la época, los mejores hispanoamericanos sentían lo mismo en sus respectivos países, en la Ciudad Eterna o en París: la universalidad de un pasado, de una raza, la continuidad de una cultura. De ese sentimiento, en parte, Rodó era padre, pues apenas comenzado el siglo XX, todas las juventudes se acogieron a su credo arielista.