Diego Kroger
Todos los que conocemos a Diego sabemos que es una especie en extinción.
Diego es misterioso y transparente, introvertido y osado, valiente y vulnerable a la misma vez. Como toda persona interesante y que vale la pena contar su historia, nos enfrentamos a un artista lleno de contradicciones que lo hacen humano, demasiado humano como diría el filósofo Nietzsche. Desde joven siempre soñó con una vida auténtica y simple, pero en donde la belleza no podía faltar. Uno de los grandes lugares en donde primero encontró ese sueño y lo hizo realidad fue en el Cabo Polonio, balneario ubicado en las costas de Rocha, que tiene una mística única. Yo creo que allí es donde Diego se encontró a sí mismo, lo eligió su rincón en el mundo. Con un grupo de buenos amigos, construyó uno de sus hogares y uno de sus talleres que fue y sigue siendo la atracción y el refugio de muchos: de Alicia, de amigos, de viajeros, de otros artistas y de quien quiera descubrir lo distinto.
Diego siempre invita a quién muestra interés por el arte a conocer sus obras. Los ingenuos preguntan “¿Qué significa esta obra?” y Diego siempre responde con la pregunta “¿Qué es lo que tú ves?” Esta pregunta personifica perfectamente el espíritu de este pintor. En la pregunta se encuentran su valentía y vulnerabilidad. Exponerse a la interpretación ajena y al ojo crítico del otro nunca es fácil. Diego, en silencio, escucha las respuestas de los curiosos para co-crear el relato artístico y reinventarse.
En el Cabo Polonio abundan y nacen varias de sus series; “Rincón del mundo”, “El ojo que engaña” y “Diálogos de supervivencia”. Quien pasea por el Polonio se va a encontrar también con muchas de sus esculturas. Todas estas obras nacen de un contexto de simpleza, de lo primigenio, de lo que muta lentamente y nadie lo apura, de lo regido por la naturaleza, de lo que es como debería ser.
Diego representa lo primitivo y lo moderno a la misma vez. Siempre se las ingenió para reflejar éso en sus obras sin olvidar que el pasaje del tiempo debería acompañar. La historia es algo que debemos tener presente para construir el futuro, pero tampoco debemos obsesionarnos con ella. El
pasado se debe volver historia, mejor dicho, historias. Diego logra reflejar eso en su arte y en muchas de sus series.
Los que seguimos de cerca sus obras decimos en broma que tiene “etapas”. Hoy me doy cuenta de que no son etapas, sino procesos de reflexión, de perspectiva, de investigación, de dejar el cuerpo y el alma para reflejar lo que uno es y la historia que quiere contar. De dejar reflejado en el lienzo lo no tangible, lo que ya no es, pero en algún momento fue. De hacer lo metafísico, físico.
Sus series “Los últimos”, “Holocausto” y “Obsolescencia programada” cuentan la historia de personas y objetos que fueron y ya no son. Personas y objetos que por su contexto histórico, marcaron un antes y un después en la reflexión de la vida humana. Diego les vuelve a dar un lugar en el presente, les da vida a través del arte.
En este libro se van a encontrar con un Diego que muta y que se transforma a través de los años y que su arte lo acompaña. Que prueba técnicas nuevas, observando la realidad y sus cambios. Que refleja estos cambios en sus personajes como en sus series “ADN” y “Solo ilusiones”; que representan a la perfección esta metamorfosis de la mujer y lo femenino.
Dicen que “La obra no puede ser mejor que el artista” yo considero que la obra refleja lo que es el artista y que no se puede separar la obra del artista. Obra y artista son uno. Las obras de Diego representan su camino de vida, sus elecciones, sus errores y sus aciertos. En las distintas series se refleja la sensibilidad de quien entiende lo frágil y efímero que es “el todo”, la naturaleza, la mujer, las tradiciones, lo material, la religión y la búsqueda de la verdad.
Es verdad que no hay arte sin transformación, quien recorra estas páginas se encontrará con un artista que sin duda transmite un mensaje que modifica y transforma la realidad y mejora el mundo para todos nosotros.