Infancias propias y ajenas en un campo grande
La autora nos ubica en relatos que “caminan en infancias propias y ajenas” en un predio rural en la década del 60.
Costumbres, juegos, inocencias y malicias se entrecruzan en ese contexto. Los lugares y roles de los y las protagonistas se enmarcan en jerarquías con discursos “autorizados” de manera ancestral pero casi siempre se monta la situación para burlarlas.
Son relatos independientes, en donde los personajes están unidos por un hilo conductor que recae básicamente en una de las integrantes de esa familia patriarcal, la cual fue arrancada de la propia y la “plantan” en ésta. La invisibilización marcaba la naturalización de esos hechos. Esto constituía un común denominador que atravesaba a las familias terratenientes.
El dramatismo sin embargo está pincelado con tonos de comedia intimista que mezcla la realidad y ficción bajo la mirada rebelde y catártica de la autora y otros componentes de la familia. De todas maneras se advierte, luego de la lectura de los cuentos, y a pesar del peso casi caudillesco del Viejo Teodoro, las chanzas que se sienten en cada relato y que por momentos arranca sonrisas.