Reseña

Con el redescubrimiento de lo trascendente, algo que suena paradójico en estos días, regresó la valorización de los sentimientos y la fe, y con ellos el entusiasmo por las grandes causas y el fervor para seguirlas.
El avivamiento del espíritu llega con una cosmovisión inédita y su correlato de otros objetivos y conductas, capaces de sustituir los monigotes apolillados por nuevas ideas, reglas y actores que comprendan las urgencias de la contemporaneidad. A partir de eso es ineludible que surjan criterios también novedosos acerca del ordenamiento de las sociedades y del Estado institucional y su gestión, pero también con respecto a los estados nacionales, su presencia en el mundo y, fundamentalmente, su interrelación.
La circunstancia histórica está marcada por el aglutinamiento y no por la dispersión, algo tan válido para los estados como para las personas. En cuanto a los individuos, se busca recuperar la trama social destruida por doscientos años de liberalismo y marxismo; para los estados -que no pueden ser menos que sus miembros en la búsqueda de la solidaridad- el signo de esta hora es el de la integración, es decir la formación de grupos de estados que se relacionan muy estrechamente entre sí y forman conglomerados amplios y poderosos.
Para situar la búsqueda de ese fortalecimiento en la unidad sugiero que nos asomemos al panorama del poder en el planeta, los participantes, las fórmulas para intervenir en ese juego, así como las oposiciones que encuentra el robustecimiento colectivo de los estados.
Con respecto a Sudamérica, sabemos que la búsqueda de lo que es en realidad una reintegración, nació con la misma fractura de las independencias, así como que el camino se hizo largo por las propias debilidades y la falta de autoconfianza, pero también que la vista se mantuvo fija en aquel objetivo, el cual no es otro que conseguir el mejor lugar posible bajo el sol.
Aunque el propósito de la unión de América del Sur nos suba desde las entrañas, igual es necesario constatarlo a través del conocimiento del continente, la gente sudamericana y sus vicisitudes; saber con qué contamos humana y materialmente, qué es lo que dificulta que nos beneficiemos de un poder que está en potencia y las ventajas que encontraríamos en el estrechamiento de los vínculos.
Asimismo, se impone considerar asuntos políticos, sociales y culturales, pautas para un proceso de unidad, objetivos económicos y de seguridad, que tanto hacen al proceso de integración sudamericano como serían útiles para los mismos estados pero aisladamente, o apenas pueden ser tomados como comentarios, porque las diferencias de visión son válidas y hasta necesarias mientras no afecten lo esencial.
Finalmente voy a referirme a la recta gobernanza integracionista y a una de sus manifestaciones, tal vez la más simple, en proyectos de infraestructura con fundamento geopolítico -apenas los sustanciales para la concreción de un plan unitivo general-, obras materiales en las que no debería haber dificultades para coincidir y que pueden asentar el camino hacia la integración, sin tropezar con las sensibilidades más abstractas del pensamiento y la política.

Montevideo, mayo de 2023