Una sabrosa y brillante luna amarilla
Las vacaciones que pasa Flor con su padre, a quien quería mucho pero había tratado poco, le permitieron conocer un mundo sorprendente y muy disfrutable.
En lugar del acostumbrado veraneo en La Pedrera, la mamá la lleva a Santiago Vázquez, donde vive su papá, y casi enseguida vive la primera sorpresa: él le dice “llegamos”, pero Flor solo ve un barco. “Olvidé contarte que esa es mi casa”, agrega cuando ve su expresión de asombro.
Al poco rato le presentan a un hermano y aparece una señora joven con una rosca de chicharrones para la merienda… y las novedades se suceden.
A Flor le encanta esa vida tan diferente aunque a veces sienta miedo. Dormir en el barco sola con su hermano fue increíble y ver la huerta, y el invernáculo; y probar la comida redonda, amarilla y enorme que se convirtió en triángulos riquísimos; y viajar en neumático por el río… ¡eran tantas cosas!; y además aclarar los misterios que rondaban a ese hermano del que no tenía noticias. Todo, sabiendo que contaba con el amparo de su papá.